El Universal, Viernes 21 de noviembre de 1947.
Por Jesús Benítez Castaño
Allá para principios del año 1893 se agitó en nuestra isla el propósito de conmemorar el cuarto centenario de su Descubrimiento y, al efecto, se constituyó un comité bajo la presidencia de Don Patricio Montojo, Brigadier de la Marina Española, y los señores Don Federico Asenjo, Lcdo. Francisco de Paula Acuña, Don Alejandro Infiesta, Don Vicente Balbás y Don Ezequiel Martínez Quintero, los que designaron como Presidente Honorario al Exmo. Gobernador General Don Antonio Dabán. Para consultor y consejero técnico obtuvieron la cooperación del distinguido hombre público, Ingeniero Civil, Don Tulio Larrinaga.
Se acordó por esta Junta la inauguración de un monumento en la desembocadura del Río Culebrinas y la erección de otro en San Juan, coronado por la estatua del invicto Genovés descubridor de estas tierras, Don Cristóbal Colón; y una exposición en el edificio que hoy ocupa el Departamento de Salud Pública, en la que debían exhibirse recuerdos históricos y celebrarse otros actos culturales.
Al que esto escribe, que estaba entonces en los albores de su juventud, le fué confiada, mediante contrato, la erección en la Plaza de Colón de nuestra Capital del monumento dedicado al Gran Almirante. Este monumento fué construido en Italia por el escultor Archiles Canessa, por una suma que me parece recordar era de unos 14,000 pesos españoles, con la condición de que él se trasladaría con las piezas del monumento a Puerto Rico hasta dejarlo aquí terminado.
Todos sus materiales proceden de las canteras italianas, con la excepción de la primera base asentada sobre el pavimento de la plaza que está formada por piedra caliza procedente de Trujillo Alto, y fué labrada y pulimentada, bajo mis órdenes, por unos magníficos picapedreros italianos que residían entonces en esta Isla, siguiendo el plano que al efecto preparó el Ingeniero Don Tulio Larrinaga.
Durante la erección del monumento ocurrió un hecho que merece recordarse. Eran aproximadamente a las doce de la mañana cuando, en momentos en que se retiraba a almorzar el escultor Achiles Canessa, reventó un eslabón de la cadena que sostenía la polea diferencial de 25 toneladas de fuerza, que facilitó graciosamente el brigadier don Patricio Montojo para elevar la columna que pesa ocho toneladas. En ese instante estábamos bajo la columna algunos albañiles y yo, quienes no pasamos a mejor vida gracias a que, al romperse el eslabón de la cadena que amarraba la polea al tope de la torre construida para este trabajo, corrió, mordiendo otro eslabón de las muchas vueltas que tenía la cadena, pero la estridencia del ruido fué tal, que el escultor, que estaba doblando la esquina de las calles Fortaleza y O’Donnel, volvió corriendo hacia el sitio y me interpeló con gritos diciéndome: “Signore Benítez, signore Benítez, mi monumento que va usted a destruir.” Yo le contesté: “Signore Achiles Canessa, demos gracias a la Providencia que ha salvado nuestras vidas y su monumento, y tranquilícese.”
A partir de ese suceso se añadió a la polea el refuerzo de cuatro aparejos de cáñamo doble, según lo demandó el ingeniero Larrinaga.
La inauguración de este monumento es tal como se describe en “La Ilustración Puertorriqueña,” en su número correspondiente al día 11 de febrero de 1894, pero en esa crónica se omite decir que, tan pronto terminó la develación del monumento, el pueblo de San Juan tributó una ovación al artista Canessa y lo obligó a montar en una calesa con la carroza baja, acompañado por el Cónsul italiano en aquella época, señor Bozzo, y el suscribiente, para recorrer las calles de la ciudad donde fué otra vez vitoreado. Pero nada, por supuesto, se dijo ni se supo, de que el Contratista de las obras estaba impaciente por dejar a sus aclamados acompañantes para volar hacia el Teatro de San Juan donde, en uno de los ventanales posteriores de la parte alta se hallaban presenciando las fiestas, sus familiares.
El Universal (21 nov. 1947)
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