CARTAS DE EMIGRANTES: EL ROL DE LA MUJER

A lo largo de este artículo nos encontraremos con documentos íntimos y entrañables, primordiales para conocer las mentalidades, el sistema de valores, la vida cotidiana, las ilusiones y desencantos, los sueños forjados allende los mares, la religiosidad popular, la vida laboral, la moda de la época, la geografía americana, los referentes culturales, y los imaginarios, individuales y colectivos, acerca de los lugares de origen y de los de acogida. Se trata de la Intrahistoria del proceso migratorio, del reverso de la Historia Oficial con toda su compleja cosmovisión material y espiritual. Y es en este sentido de lo intrahistórico epistolar cuando el rol de lo femenino cobra especial significación bien se trate de madres, hijas, hermanas, esposas, u otras formas de parentesco, pero, en definitiva, mujeres a quienes van dirigidas esas cartas, procedentes de la América Hispánica en el siglo XVI.
Desde el segundo viaje de Colón en 1493 ya se trataba de una emigración de personas que buscaban arraigarse en las Indias. La inmensa mayoría de los emigrantes estaba constituida por gentes humildes y sencillas, del pueblo bajo, ansiosas de mejorar sus vidas y las de sus hijos, trabajando con más y mejores perspectivas y resultados que en España. Esta inmensa mayoría de emigrantes trabajarán como obreros y artesanos, cualificados o no; pequeños comerciantes; y agricultores, que por fin iban a ser dueños de las tierras que cultivaban. Respecto a estas cartas privadas podemos señalar que constituyen un documento esencial para estudiar el rostro humano de la emigración y el rol de lo femenino. La mayoría de las cartas proceden de las dos capitales más populosas y ricas de los dos Virreinatos del Nuevo Mundo: la ciudad de México y Lima. Le siguen en número las enviadas desde las ciudades industriales como Puebla de los Ángeles (México), de ciudades mineras como Potosí (Alto Perú), Taxco y Zacatecas (México), capitales administrativas (Charcas), y portuarias como Veracruz, Panamá, Cartagena. El rol de la mujer que emigra se caracteriza según su estado civil: si es casada, la madre y esposa actúa como el núcleo básico del reagrupamiento familiar; si es joven y soltera es un proyecto de continuidad y mejora de la estructura familiar en Indias muchas veces a través de las estrategias matrimoniales, pues el éxito material, en algunas ocasiones alcanzado por el varón, no tiene razón de ser sin continuidad, y esta se genera a través de la mujer que es cimiento, nexo y proyecto, a un mismo tiempo, de la familia. En definitiva, es la mujer la que conserva, crea, recrea, y da sentido a la institución familiar. Por ello, veremos la insistencia de maridos, padres, hermanos en reclamarlas, pues las mujeres son siempre el futuro, cuya presencia sublima, disipa y otorga validez a los muchos años de ausencias y trabajos sufridos por los varones en América. En el año de 1557 Juan Sánchez escribe desde la provincia de Charcas a su esposa, Olalla García, residente en Mirandilla (Cáceres): “Señora, habrá tres años escribí a v.m. (…), y estoy espantado no haber visto carta vuestra ni sé si son vivos ni muertos. Suplicoos me escribáis, ni de mis padres ni de mis hermanos no tengo carta ninguna… Es mi voluntad que os vengáis a estos reinos del Perú, provincia de los Charcas con vuestros hijos y hermanos, y mira que no hagáis otra cosa, por amor de Dios, porque yo estoy muy arraigado en esta provincia de los Charcas, donde al presente resido, y lo que me deben no lo puedo cobrar y por esto os ruego no hagáis otra cosa sino veniros, porque esta es mi voluntad y acá viviremos muy descansadamente con lo que Dios Nuestro Señor nos ha dado. Esta tierra es muy sana y proveída de todas las cosas. Mis hermanos que se vengan con vos, pues no perderán nada, por cuanto esta tierra es muy rica y vivirán acá descansadamente”. La siguiente epístola, data de 1556 y está escrita desde Tehuantepec por Cosme Rodríguez, albañil, en ella se dirige a su esposa, Catalina Guillén, residente en Sevilla en la jurisdicción parroquial de San Lorenzo. Los hombres casados para permanecer en las Indias necesitaban la autorización de la esposa por un período de 3 años prorrogables, o la marcha de la misma hacia aquellas latitudes: “Señora mía, ésta es para haceros saber como estoy bueno de salud, bendito Nuestro Señor, por lo cual deseo saber de vos y de vuestros hijos. Señora mía, dos cartas tengo recibidas de vra.md., a las que he respondido y ahora de nuevo torno a responder: y es que yo me había aviado para irme y los frailes de Santo Domingo trataron con el señor Visorrey que no me dejase ir hasta que se acabase una cosa que tenían empezada, y no me pude defender de ellos y a esta causa me hicieron quedar; por tanto fue acordado que enviase por vos y vuestros hijos y míos, por manera que yo di mi poder a un hombre honrado y el poder va para otro su factor de Sevilla, al cual veréis allá y envío dineros quinientos pesos (…) para que compréis una negra y vengáis como mujer de bien… Vended las casas y emplea los dineros en vinos que sean de Guadalcanal y Caçalla muy buenos y en otras cosas que os aconsejará el que tiene el poder… Señora no pongáis escusa en vuestra venida, por los ojos que en la cara tenéis, recibiré tanta consolación con vos, con mis hijos, que no tengo lengua para os lo decir del placer que mi ánima sentirá (…). El que desea más veros que no escribiros, vuestro marido”. Diego de Espina, tenedor de bastimentos en el Puerto de Callao (Lima-Perú) escribe el 9 de abril de 1597 a su esposa María Sánchez, residente en Sevilla. Se queja de que su mujer no le responda a sus cartas y, solo a través de amigos, conoce que ha decidido permanecer en Sevilla por temor al viaje trasatlántico. Diego teme que lo repatríen por ser casado y perder los bienes que ha conseguido en las Indias, por ello apremia a la esposa a embarcarse y le aconseja sobre el viaje y la ropa más adecuada para el mismo: “Mi señora, tanto descuido habéis tenido en avisarme de vuestra salud, ya va para seis años que si no fuera por la fe que tengo en vuestro amor y voluntad para conmigo, creyera que en los nidos de antaño no había pájaros este año, y que con la ausencia habías perdido la memoria de mí (…). El cual [el virrey] por no destruirme y enviarme a Castilla tan pobre, o más de lo que yo salí de allá, teniéndome ya para embarcar por casado, tuvo consideración de que no podría recoger el caudal que tengo (…) y ha tenido por bien que mi viaje se suspenda hasta vuestra venida por un año. Paréceme dinero bastante [el que os he enviado] para que a la ligera hagáis un vestido de camino de alguna de esas jerguillas, que se usan, de un color honesto y otro par de los negros o pardos con sus mantos, con que podáis saltar en los puertos y con un baúl y vuestra cama, y ocho o diez camisas, hagáis matalotaje para vos y una criada, que si la hallásades de vuestra edad sería más a propósito que muy moza (…) . Advertid, señora, que solo tenéis que comprar lo que fuera menester para vuestro vestido y matalotaje a la ligera, que acá hallaréis todo servicio de casa, camas y mesa hecho de nuevo, que empiezo desde ahora para cuando vos enhorabuena vengáis. Hasta la muerte, vuestro, Diego de Espina.” La mujer hija, en calidad de heredera universal, con la obligación moral de ser la continuadora y, si es posible, “acrecentadora” de la herencia paterna a través de la estrategia matrimonial. Esta carta está escrita desde Nochtepec (Taxco-México) en marzo de 1582 por Francisco Ramírez Bravo, minero enriquecido, y que escribe a su hija Isabel Bravo, residente en Lepe (Huelva-España): (…). “Y no mires a dichos de gentes de esa tierra, que no hay para qué, porque acá serás más estimada y honrada que en esa tierra, porque basta que seas mi hija. Demás de esto tienes hacienda con que te casarás principalmente con hombre que tengas contento y honra, y cuanto tú quisieres (…). Abre los ojos y mira lo que haces, que por ti va, y haciendo mi mandado, tendrás padre que te pondrá en tanta honra, como tengo dicho. Lo primero es que, so pena de mi maldición, y que en mí no tendrás padre, y ni yo te llamaré hija, que, vista ésta y entendido mi voluntad, te vengas a esta tierra, luego determines, y poner por obra lo necesario para el viaje, porque, como padre que desea tu bien, pretende tu venida acá, en donde tienes casa y hacienda que yo he comprado para ti, que me cuesta doce mil y quinientos pesos, en donde hallarás negros y negras que te sirvan, donde tendrás todo el descanso que quisieres. Demás de esto, (…), tienes muchas minas, rocas que valen mucho dinero”. María Díaz desde ciudad de México el día 31 de marzo de 1577 escribe a su hija, Inés Díaz, residente en Sevilla, es una carta llena de un profundo sentimiento de soledad, desarraigo, desesperación y desamparo de una mujer sola en las Indias. María cuenta las dificultades del viaje trasatlántico, el fallecimiento de su marido al poco tiempo de llegar, y ahora, sola y desamparada pide a la hija que su marido, Pedro Díaz Cuello, vaya hasta México a recogerla. Extractamos algunos fragmentos de esta muy sentida epístola: “Hija mía, lo que por ésta se ofrece será avisaros los grandes trabajos y peligros en que nos hemos visto en la mar yo y vuestro padre, que cierto, si entendiera los grandes peligros y tormentas de la mar en que nos hemos visto, no digo yo venir más (…) porque demás de las tormentas que nos han sucedido en la mar, sobre todas fue una que nos tuvo dos días y dos noches, y cierto pensamos perecer en la mar, porque fue tan grande la tempestad que quebró el mástil de la nao, pero con todos estos trabajos fue Dios servido que llegásemos al puerto [Veracruz] donde estuvimos algunos días y despachamos alguna mercadería de la que traíamos. Y de allí nos quisimos ir a México (…) pero a vuestro padre [le dieron] unas calenturas (…) aguardé a que tuviese alguna mejoría y partimos para México. Y luego que llegamos al cabo de quince días tornó a recaer de la propia enfermedad, en la cual fue Dios servido llevárselo. Y cierto que fuera para mí, si Dios fuera servido, harto más contento que juntamente con él aquel día me enterraran, para no verme viuda y desamparada a tan lejos de mi [tierra] natural, y en tierra adonde no me conocen, que no quisiera sino volverme luego a la hora, si hubiera alguna persona de quien me pudiera fiar. Por amor de Nuestro Señor os ruego, hija, que roguéis a mi hijo y vuestro marido Pedro Díaz que sobre todas las mercedes que me ha hecho sea esta: que si posible es, aunque el camino sea tan largo y peligroso como es, venga por mí (…)”.Cartas que nos ofrecen un vasto panorama de las percepciones, mentalidades y sistema de valores de la emigración de españoles en Indias durante el siglo XVI. Observamos, con la perspectiva que da el tiempo como los actores de los flujos migratorios, a pesar de las coordenadas espaciales y temporales, presentan una similar sensibilidad que responde a la estructura profunda, común y universal, que siempre acompaña a toda diáspora. Pequeño botón de muestra del apasionante mundo que se encierra en la correspondencia privada del siglo XVI, que si bien está transcrita, hay que volver infinitas veces sobre la misma para releer e investigar la compleja y poliédrica realidad de la mujer de la época.
Fuente: Revista Dos Puntas, Año VI – n°11/2015, EL ROL DE LO FEMENINO EN LAS CARTAS DE EMIGRANTES DE LA ÉPOCA COLONIAL, María Dolores Pérez Murillo. Se trata de cartas privadas, incluidas en las licencias de embarque, que se encuentran principalmente en la Sección Contratación del Archivo General de Indias de Sevilla.